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La castaña es uno de los alimentos más antiguos de la Humanidad. Desde el Paleolítico el hombre aprovechó y se alimentó de castañas y bellotas. El castaño acompaña la historia del hombre europeo, en su civilización cristiano-occidental e incluso acompañó las grandes migraciones en el período glaciar.

Ya Isaías y después Homero citan el castaño y en la religión celta, el castaño debió de ser venerado por sus druidas, en compañía del "carvalho", roble, que con el laurel y tejo formaban el bosque totémico prerromano.

 

El castaño fue el árbol del pan de nuestras tribus prerromanas, que las comían asadas, como se hace ahora en "Sam Martinho", o hacían harina de las castañas secas o "pilongas", para alimentarse durante todo el año. El legionario romano subsistía de "bullote", que era la harina de castaña seca, amasada y para él, el castaño debió ser también como el árbol del pan; incluso podemos encontrar una referencia en la guerra de las Galias, en la que se nos dice que las legiones romanas suben por la Ardeche francesa, bajo un soto de "arbus panis".

Hay castañas en China, Corea, Japón, Estados Unidos, Chile y en toda Europa. Hasta hace pocos años, eran alimento base de su población, en forma de fruto fresco, seco, sin sus pieles, o molido en harina. En el siglo XVI, vinieron las patatas y el maíz de América, se estableció la competencia y perdieron poco a poco protagonismo en la dieta campesina, y mucho más al ser atacado el noble árbol por el "chancro" y la "tinta", si bien en los últimos años por causa de las investigaciones realizadas en centros como el de Louriçám (Ponte-Vedra), se han logrado variedades e híbridos resistentes a estas enfermedades, de ahí que no se registre un descenso de la producción por enfermedades en los árboles.

En los últimos veinte años han desaparecido, se han perdido, unas cincuenta mil hectáreas de castaños porque se han cortado, porque han secado o por los incendios forestales. La realidad es que el número de castaños disminuye en Galiza a pesar de las repoblaciones, disminuyendo también la producción cada año. Cada vez más, la invasión de pinos y eucaliptos denigra nuestros montes y los hace presa de incendios.

 
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